EL RETORNO DEL PAGANISIMO DE LA CARNE
Foto: La Voz
Me comentaron que Netflix había lanzado un documental —“docuserie”— sobre la vida de Alejandro Magno. Decidí suspender mis deseos de verla luego de los primeros cinco minutos: la serie comienza hablando de la homosexualidad de Alejandro y dramatizando una repugnante escena amorosa con quien —supuestamente— era su amigo y amante. El hecho es una muestra más del estado de adoración que padece el mundo moderno por el sexo. ¿De qué otro modo se explica el hecho relatado, dado el caso que se trata de una serie histórica y con pretensiones científicas, sobre un personaje tan relevante para la historia universal? Y si sumamos la omnipresencia de la pornografía, que esclaviza a millones y millones de seres humanos —es cuestión de hablar con un sacerdote o un psicólogo para asomarse a esa terrible realidad oculta—, concluimos que la sexualidad y el placer que la acompaña se ha convertido en el nuevo dios del mundo contemporáneo.
Esta situación ya la había vivido el género humano. Antes del nacimiento de Nuestro Señor, el dios que reinaba en la tierra era el dios de la carne; el paganismo estaba intrincadamente enredado con el sexo; era la misma esclavitud con la que hoy el Enemigo de los hombres los mantiene encadenados. Y fue la aparición del cristianismo la que posibilitó esa liberación. Cristo y su Iglesia fueron los únicos capaces de cortar de cuajo las cadenas de la esclavitud de la carne. Y por eso, “los cristianos no se deleitan ni discuten sobre sexo como un entretenimiento. Los cristianos no utilizan vídeos o imágenes pornográficas. Los cristianos ni siquiera hablan de esas cosas. La castidad es constitutiva de la fe y la moral cristianas. La castidad evita el trato despreocupado de asuntos sexuales propios del matrimonio. Para abreviar: lo que ocurre en el dormitorio debe permanecer en el dormitorio. La intimidad propia de la relación exclusiva que sólo comparten marido y mujer, y todo lo que conlleva, debe permanecer como un asunto privado entre los cónyuges. La única excepción son las conversaciones con un médico por motivos de salud o fertilidad o, en caso necesario, dentro del secreto de confesión”. Esto lo escribía la semana pasada el P. Kevin M. Cusick en el blog americano The Wanderer. Como decía San Pablo, “la fornicación y la impureza ni siquiera deben mencionarse entre ustedes”.
Pero este estado de libertad y prescindencia pública de la carne se logró merced a la gracia que trajo el Señor Jesús y cuya administradora es la Iglesia. Lo aterrador es ver hoy que, frente a un estado de esclavitud peor aún que el que padecían los antiguos paganos, la Iglesia no solamente ha renunciado a constituirse en faro de liberación, sino que desde hace tiempo, de modo oficial, ha comenzado a justificar y legalizar los pecados sexuales, convirtiéndose así en aliada del nuevo paganismo de la carne.
Por un lado, nos encontramos con una Iglesia en la que buena parte de su clero chapotea en el pantano de estos vicios. Basta recordar lo ocurrido con el ex-cardenal McCarrick, el cardenal Coccopalmiero, el P. Rupnik o el recientísimo caso del canónigo de la catedral de Valencia. Y, por otro, con la osadía del Papa Francisco y de su lacayo purpurado, Víctor Fernández, de no sólo justificar sino incluso bendecir estos pecados en nombre de una “Iglesia en salida”. Resulta inexplicable que hombres que supuestamente conservan la fe católica, sean capaces de tamaño espanto. Viviendo en Roma, ¿no son capaces, acaso, de ver el ejemplo de los mártires —de Santa Inés o de Santa Cecilia, por ejemplo— que fueron y son testimonios rutilantes del triunfo del cristianismo sobre el paganismo del sexo y de la carne? ¿Es posible que viviendo en la Ciudad Santa, rodeados del testimonio de quienes nos precedieron en la fe, se atrevan a semejante vileza?
Llama la atención también que Bergoglio y Fernández no se sonrojen ya no sólo en escribir declaraciones que documentan su ramplona ignorancia (“La sospecha de ignorancia y mala fe pesará sobre Fernández en cualquier documento que firme posteriormente”, declaró recientemente Mons. Nicola Bux) sino que no temen caer en las contradicciones más flagrantes. Por ejemplo, tanto Fiducia supplicans como el documento aclaratorio posterior, dicen que las bendiciones a parejas del mismo sexo deben realizarse fuera del templo y de cualquier contexto litúrgico. Y lo mismo ha dicho en más de una ocasión el Papa Francisco. Sin embargo, el arcipreste de la basílica vaticana ha dado instrucción a los canónigos de San Pedro sobre el modo de impartir esas falsas bendiciones en ese templo y junto a la tumba de San Pedro.
Llama la atención también el acostumbramiento de los fieles católicos a estos escándalos. Como la rana de Clerc, nos hemos acostumbrado a que el agua cada día suba un poco de temperatura y dentro de muy poco seremos ya incapaces de saltar de la cacerola. No sólo nos hemos acostumbrado a la impunidad de la que gozan los jerarcas depravados, o a los escándalos contra la fe católica, sino que incluso nos quedamos impávidos frente a las burlas que sufrimos por parte del pontífice romano. No es otra cosa, por ejemplo, el hecho de que Bergoglio considere que los jóvenes que prefieren el rito tradicional o que los seminaristas que usan sotana sufren de algún tipo de desorden psicológico y, al mismo tiempo, ubique en el delicadísimo puesto de prefecto de Doctrina de la Fe a una persona que durante toda su vida sacerdotal ha escrito gran cantidad de textos de altísimo contenido sexual. ¿Quién es el que tiene problemas psicológicos?
San Serapión de Thmuis relataba a San Atanasio —y éste luego lo escribió en su biografía de San Antonio—, que dos años antes de su muerte, Antonio entró en un trance extático y tuvo una visión inquietante que presagiaba la violencia que devastaría Alejandría en 356. Vio un altar rodeado por un círculo de mulas que lo pateaban furiosamente, enloquecidas. Esto lo interpretó como “la ira” que alcanzaría a la iglesia; las mulas eran los arrianos que atacaban a la iglesia con la violencia de “bestias irracionales”. Entonces profetizó que “así como el Señor se ha enojado, así de nuevo sanará” y que los perseguidos y exiliados serían restaurados (VA 82). Hoy vemos que también una tropilla de mulas enloquecidas están pateando no solamente el altar de la eucaristía sino también el mismo edificio doctrinal de la Iglesia, impeliendo toda su fuerza para que ésta acepte el retorno del paganismo de la carne. Es como si el demonio quisiera resarcirse de la derrota que sufrió en los primeros siglos y volviera ahora con más fuerza por sus fueros. Quiera el Señor de nuevo sanarnos; quiera que todos los que son perseguidos por los nuevos arrianos, sean restaurados.